Perú - mis preguntas son más que mis respuestas (in Spanish)

Las recientes protestas en las que muchos peruanos han perdido vidas traen diversos ángulos de reflexión y análisis. Leyendo mensajes en redes sociales y análisis de diversos personajes, encuentro esa disyuntiva, en términos simples, las clasifico temporariamente en dos posiciones extremas: “son terroristas” versus “matanza de inocentes”. Empiezo por decir que no tengo conocimiento específico de todos los casos ocurridos. No puedo descartar ambos términos, así como tampoco puedo negar que debe existir un continuum entre esos límites. La complejidad legal y moral es aún mayor cuando se puede imaginar que ambas categorías pueden ocurrir al mismo tiempo también. Haber sido terrorista no te hace terrorista hoy. Tampoco que no lo seas hoy, tampoco te exime del pasado. Y así seguimos con los laberintos.

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Fuente: AP

Viniendo de las ciencias sociales, tengo algunas consideraciones sobre las explicaciones estructurales dadas al fenómeno. Trato de buscar respuestas que den cuenta de manera desapasionada de la realidad. Honestamente, tengo más preguntas que respuestas. Pero ahí vamos.

Algunas resaltan el descontento popular y lo atan al desinterés y desigualdad entre Lima y casi todo el resto del país. Otros lo explican como un conflicto de clases. Se le puede añadir las consecuencias sociales del extractivismo. Y claro está, nos podemos remontar al pasado y herencias pre-republicanas.

Quisiera ensayar una lectura alternativa a la realidad, sin negar los hechos específicos, factuales. Teorías interesantes han intentado dar explicaciones a realidades complejas que van más allá de las escuelas clásicas de pensamiento sociológico, llámense funcionalismo, conflictivismo e interaccionismo.

Creo que la disparidad entre interpretaciones se debe a dos razones principalmente: prejuicios ante la lectura de la realidad de los que se encuentran en el opuesto de la esfera política e ideológica; y a una tensión entre el análisis macro y micro de la realidad, donde ambas teorías compiten entre sí cuando debieran iluminarse y ayudarse. Empiezo el ejercicio partiendo de una frase bastante utilizada en los últimos días. Me refiero a la afirmación de Max Weber con relación al monopolio de la violencia por parte del Estado. Se la usa tanto para avalar como para criticar. Sin embargo, la traducción más cercana podría ser “El monopolio legítimo de la fuerza física en la ejecución (de su ser Estado)” - en el original alemán, “das Monopol legitimen physischen Zwanges” (Weber, La política como vocación). Lo primero es releer el texto y no obviar que el término monopolio va acompañado de un adjetivo que lo determina: legítimo. No todo monopolio es legítimo. Tampoco usa Weber el concepto de violencia sino de fuerza física. Al traducir “monopolio de la violencia” en vez de “monopolio legítimo de la fuerza física”, o quizás reemplazando el término “zwang” por obligación o constricción, quedan más claros los límites de ese accionar. El Estado no puede ejercer violencia. Se entiende aquí la violencia con su carga negativa. Mucho menos tener su monopolio. Los que le atribuyen esa función, o están equivocados, o lo hacen con una intención distinta a la de explicar los límites del accionar de las fuerzas armadas y policiales, sino más bien, buscaría cargar la tinta de una ya cargada crónica de excesos y contra excesos en la bastante reciente historia del terrorismo en el Perú.

No conozco los protocolos policiales. No sé, por ejemplo, si portar un arma fuera de su funda equivale de por sí equivale a la intención de usarla. Entiendo que decisiones son tomadas en fracciones de segundos y con información fragmentada y, muchas veces, imprecisa o errada. También entiendo que existen los mismos prejuicios en los que conforman esos bandos. Prejuicios amparados por la historia, noticias, eventos personales, etc. Al frente no tienen a un hermano peruano, cuyo nombre no conocen, pero que podría ser parte de “todos los hombres de la tierra” que rodean al cadáver triste y lo alientan a incorporarse – conviene citar a Vallejo dado que simbólicamente apelo a puntos comunes que unan más que dividan–. Al frente no tienen al adversario, con quienes no comparten equipo, afiliación o parecer. Al frente tienen al enemigo. Curiosamente un enemigo desconocido.

El ejemplo que uso me da pie a discurrir en la lectura que hago de la situación. Primero hay que distinguir entre el descontento o hartazgo y la violencia. Lo primero está presente en gran parte de la población, a lo largo y ancho del país. Se debe, entre otros, a los exiguos beneficios recibidos de parte de la clase política, que se suma a factores completamente exógenos como la pandemia y el costo de vida en alza.

El paso a la violencia se explica a partir de muchas causas. El primero como reacción a la agresión. Irracional o no, ello suele darse. El segundo es como último recurso (no legítimo) que se argumenta como legítimo ante la impotencia. El tercero es el arraigo histórico y cultural donde el enfrentamiento físico hace parte de la cotidianeidad o de la resolución de conflictos. No justifico. No estoy de acuerdo con esa lógica, pero trato de entenderla. Pero desembocar en violencia implica un paso no natural. No al menos en una sociedad medianamente funcional como la que veo en el Perú. Creo que la teoría institucionalista de Acemoglu y compañía podría echar luces aquí. Creo que, por un lado, el fuerte vínculo étnico e histórico ha construido instituciones muy fuertes dentro de instituciones estatales que suelen ser, por el contrario, débiles. El caso de la Justicia es paradigmático. La justicia comunal tiene más peso, y más justicia en el sentido moral, en muchos casos, que el poder Judicial. La sobreposición de instituciones, más que el fortalecimiento y diálogo de ambas, produce eso.

La aparente debilidad del Estado a solucionar problemas, dicho de otro modo, el estado ausente, también contribuye a eso. La burocracia no logra lidiar con problemas serios. Proyectos de irrigación paralizados por décadas, cuyo beneficio podría alcanzar directamente a las zonas menos atendidas, es un botón de muestra. El Estado es un tanque a pedales. Lleno de espacios de micro corrupción. Todo o casi todo se consigue por favores, trueque, influencia, presión, protesta o papeleo. La sensación de desfavorecimiento es evidente.

En el caso de la Policía y Fuerzas Armadas ocurre algo similar. Las coimas frecuentes, por ejemplo, tristemente igualan a los buenos con los corruptos. Se tiende a generalizar. Todos son así o asá. Los crímenes cometidos en la lucha contra la subversión también se generalizan. Y del otro lado del espectro, se minimizan o se extinguen. Y el fruto de ello es el poco respeto al orden. El ejemplo típico es la asimetría entre Chile y Perú. “A los carabineros sí se le respeta” me decía un compatriota peruano que vive en la tierra del sur.

Otros elementos no han sido aquí abordados: ronderos y dirigentes de comunidades, el rol de la radio, el clientelismo de los pequeños municipios. Queda mucho en el tintero para seguir pensando.

Pero, ¿qué hacer? Una buena amiga siempre habla de deliberación en la escuela. Creo que es una ruta a seguir en el largo plazo. En el corto, es buscar líderes de esas instituciones (formales e informales), y que se sienten a conversar con ganas de solucionar las cosas. Ello permitiría limar asperezas, y construir juntos. También identificar esas fuentes ilegítimas y perturbadoras del orden, que también las hay. No es fácil, no es rápido, no prometo resultados. Pero es lo que haría ante un escenario tan desolador. Empezaría por sentarme a conversar. Al compartir el texto con una amiga, me recordó algo esencial: primero es necesario que nos reconozcamos como iguales. Es verdad, el respeto a la vida justamente parte de ese principio fundamental. Todos tenemos la misma dignidad y valor. El errado y el cierto, el adversario y el amigo, el otro y Yo.

Todo esto lo dice un brasileño que vive en Inglaterra. Claro está, conozco todos los departamentos del Perú, y alrededor de 150 de sus 196 provincias. Ojalá pueda llegar a las 40 y algo que me faltan. Lo digo para que no usen una falacia ad hominem hacia mi reflexión.

Lucas Sempé
Lucas Sempé
Research fellow

My research interests include social and spatial epidemiology, population health, socio determinants of health and education. I study those areas from a policy design and evaluation perspective.